La desobrerización del PCF

Original: Le communisme désarmé

Autor: Julien Mischi

Traduccion: www.jaimelago.org

 

Parece evidente y fácil vincular la cuestión de la crisis del PCF a la del debilitamiento de la clase obrera. Pero sería simplista ver en el declive del partido tan sólo el efecto mecánico de la erosión de la cultura de clase y de la segmentación de las clases populares. La crisis del PCF no puede reducirse a sus causas sociológicas inmediatas, a la simple traslación en la escena política de procesos socio-económicos o académicos. La desmovilización comunista de las clases populares no es sólo resultado de una evolución global impuesta a los dirigentes del partido, también refleja una lógica que tiene su origen en la propia organización. 

En el PCF la pertenencia de clase de los dirigentes y la identidad social de los grupos a los que se dirige el partido afecta al núcleo de la acción militante. Los cambios de línea política son también cambios sociológicos y se viven en el interior del partido, especialmente del grupo dirigente, como cambios que modifican la composición social del partido. A partir de finales de los años setenta, se empezó a abandonar progresivamente la prioridad que se daba a la incorporación de obreros. El PCF, que había sido fundado como un “partido de clase” que había roto con el caracter “pequeño-burgués” de la Sección Francesa de la Internacional Obrera, y concebido durante mucho tiempo como una organización que valoraba la pertenencia al mundo obrero, empezó en ese momento a ver debilitada la posición de las clases populares en su seno. El objetivo de este capítulo es observar este cambio de dirección y mostrar hasta qué punto, y más allá de las grandes transformaciones que experimentó la sociedad en su conjunto, la desobrerización del campo comunista tiene en parte su origen en los discursos, las prácticas y el personal político promovidos dentro del partido. 

La gestión de la renovación militante en los años setenta 

El caracter indisociablemente político y sociológico de la estrategia del PCF nunca fue más evidente que durante los años setenta. En aquella época, el secretario nacional de la organización, Gaston Plissonnier, fomentó sucesivamente diferentes políticas de afiliación social, incluso en cierta medida opuestas, en función de la orientación política adoptada por la cúpula. En primer lugar, en el contexto de toma del poder que supuso la alianza con los socialistas, la apertura trajo consigo llamadamientos constantes a la renovación de las filas militantes más allá del mundo obrero. Más adelante, la ruptura del programa común en 1977 vino acompañada de una revalorización de los cuadros obreros de corte anti-intelectual. 

La “política de unión en dirección a las clases medias” 

Los llamamientos a incorporar nuevos afiliados y a rejuvenecer la dirección militante constituyen sin duda uno de los elementos recurrentes del discurso interno del PCF. Sin embargo se observa una intensificación de esta retórica en los años setenta, seguida de unos resultados como rara vez se habían producido antes. En la prolongación del programa común de izquierda firmado en junio de 1972 con el PS y el Partido Radical de Izquierdas (PRG por sus siglas en francés), la dirección nacional del PCF hizo un llamamiento insistente a la renovación de la dirección federal, una exigencia planteada como fundamental en la preparación del XXI Congreso de diciembre de 1974. Gaston Plissonnier insistía así sobre este punto ante el comité central: “Hay que fomentar la elección de nuevos militantes en todos los órganos de dirección. […] Debemos aprovechar el periodo de preparación del congreso para la promoción de una nueva generación de dirigentes comunistas en todos los niveles del partido, empezando por la dirección federal.”. 

Este llamamiento a rejuvenecer el partido se reveló eficaz. El PCF vivió una profunda renovación de sus cuadros durante el periodo de unión de la izquierda. Como reflejo de la dimensión del cambio, la mayor parte de las federaciones departamentales cambiaron en aquel momento de secretario general. A finales de 1978, 77 federaciones de 97 estaban dirigidas por un responsable que había tomado posesión de su cargo en los seis años anteriores . La “apertura”, plasmada en el lema del “socialismo con los colores de Francia”, implicaba tanto una ruptura con determinados principios ideológicos (dictadura del proletariado, alineamiento incondicional con la URSS, etc.), como una redefinición sociológica de la organización.

Los responsables departamentales en política de cuadros tenían como consigna no sólo renovar la dirección, sino también ampliar el espacio social de donde provenían sus miembros. El discurso de apertura a las “nuevas capas sociales”, a las “diferentes clases trabajadoras”, entre las que se encontrarían las “clases medias” y los “intelectuales”, se integraba en una estrategia de “unión de las fuerzas antimonopolistas en torno a un programa común de gobierno”, que fue definido en los años sesenta. Más adelante, el razonamiento omnipresente en la literatura del partido consistía en demostrar que “el capitalismo monopolista de Estado” contribuye a la explotación de “nuevas capas sociales”, que aspiran al cambio y comparten los intereses de la clase obrera. Los comunistas intentaban ampliar su base social, y una de las enseñanzas que aprendieron de mayo del 68 fue la necesidad de reforzar esa orientación . El símbolo de esta redefinición de las prioridades sociales de afiliación militante fue el uso recurrente de la categoría de los “ITC” (ingenieros, técnicos y cuadros) en los informes internos y en las publicaciones del partido. Estas categorías en pleno auge constituían un objetivo electoral prioritario en el marco de la competencia con el PS, cuya creciente influencia preocupaba a los dirigentes comunistas.

Este discurso de apertura a “nuevas capas sociales” y las consignas prácticas que lo acompañaban surtieron su efecto. Numerosos informes del comité central mencionan con satisfacción el aumento del número de ITC en el seno del partido en los años sesenta y setenta. En las secciones de empresa, los técnicos y los miembros de la “pequeña dirección”, a menudo antiguos obreros provenientes de familias obreras, crecieron significativamente en número y en influencia. En realidad la llamada a abrirse a estas categorias “intermedias” no hacía sino reforzar el proceso social de fondo, abordado en el capítulo anterior, que favorecía a los sectores cualificados de trabajadores de la industria en el seno de las organizaciones obreras. Sin embargo para entonces ya no eran sólo los obreros cualificados de las fábricas quienes ocupaban los puestos principales, sino también los del personal de oficina y de dirección. Por ejemplo la sección de empresa de Usinor-Longwy, una de las más importantes de Francia, pasó a ser dirigida en 1974 por uno de los escasos técnicos militantes del PCF salido de las aulas de la Escuela de Maestros Obreros, donde había aprendido el oficio de diseñador. En Saint-Nazaire, la sección de los astilleros se restructuró de igual forma en torno a un núcleo de trabajadores de la metalurgia muy cualificados. En 1977 se eligió para su dirección a un joven diseñador industrial de veinticuatro años, diplomado técnico que trabajaba en la sección de proyectos. La célula comunista de los diseñadores industriales, símbolo de la implantación comunista entre los trabajadores cualificados, era una de las más activas de los astilleros. 

Los “estados de organización” de las federaciones muestran que en los años setenta los empleados, los técnicos, los directivos y los docentes se afiliaron al PCF de forma especialmente numerosa. Funcionarios del Ministerio de Educación y de las administraciones locales, pero también estudiantes y empleados del sector sociocultural asumieron responsabilidades en las células de barrio, donde a menudo relevaban de sus funciones a obreros. Incluso en las regiones más obreras apareció una serie de responsables con muy altas cualificaciones académicas que fue ocupando progresivamente los primeros puestos. Es el caso de Marc Zamichiei en la cuenca minera de Meurthe-et-Moselle. Nacido en 1949, este hijo de minero cursó estudios en la facultad de Derecho de Nancy, donde después de haberse unido a la Unión Nacional Estudiantil de Francia (UNEF) en 1966, se afilió a la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC) y más tarde al PCF . Se presenta a menudo a este licenciado en Derecho como el primer hijo de minero italiano de la cuenca con estudios superiores. Miembro del comité nacional de la UEC, era uno de los dirigentes de la UNEF durante los acontecimientos de mayo-junio de 1968. En 1973, elegido como el más joven consejero general del departamento, trabajaba como redactor en ayuntamientos comunistas, sin dejar de ser miembro del comité federal de Meurthe-et-Moselle Norte. Accedió al comité central en 1982, con treinta y tres años. La trayectoria de este dirigente comunista lorenés hunde sus raíces en el sindicalismo estudiantil y la sección universitaria del PCF, lejos de la CGT y de los comités de empresa, lo que contrasta con el recorrido de los dirigentes obreros a los que sucedió. 

Durante ese periodo se estrecharon los vínculos entre el PCF y los medios intelectuales, como se observa en la promoción de individuos de gran perfil académico (Roger Garaudy, Guy Besse, Jean Kanapa, Guy Hermier, Jacques Chambaz, etc. ) a la secretaría política en los años sesenta y setenta, o en la constitución de una mayoría comunista al frente del Sindicato Nacional de la Educación Secundaria (SNES) a partir de 1967. Cada vez se instalaban más profesiones intelectuales en las instancias de dirección locales del PCF junto a militantes provenientes del mundo obrero. La tabla 1 ilustra este aumento de los responsables no obreros en la dirección de la federación del PCF de Meurthe-et-Moselle Norte entre 1966 y 1976.

También entre 1966 y 1976 se multiplicó por más de dos la proporción de mujeres en el comité federal, y una de ellas (empleada de la seguridad social convertida en permanente) accedió incluso al secretariado de la federación en 1979. Esta feminización de las filas comunistas, que se observa en todas partes en Francia, así como en la dirección nacional [I] reflejaba la entrada de nuevas categorías sociales en el PCF. Si bien aumentó el número de amas de casa afiliadas al PCF, eran principalmente las mujeres en activo quienes accedían a los puestos de responsabilidad. Esta feminización está en relación con el acceso masivo de las mujeres al mundo laboral en los años sesenta y setenta, pero afectó menos a sus sectores populares (obreras, empleadas de servicio) que a los más cualificados. Las militantes que accedían a los puestos dirigentes en los años setenta eran sobre todo trabajadoras de oficina y de profesiones intermedias, especialmente de los sectores de la educación y la animación sociocultural. No es casual que la federación de París, citada por entonces en los informes internos como el mejor ejemplo de feminización de los cargos, fuese también la que más se decantara por las nuevas categorías de gran formación académica que accedían de forma masiva al partido. 

En todos los departamentos estudiados, los docentes, hombres o mujeres, muy a menudo de origen popular, estaban sobrerrepresentados en los cargos del partido, no sólo respecto a su peso en la población local, sino también entre los efectivos del partido, ya que asumían en él responsabilidades. La presión de los docentes por ocupar puestos de dirección ha sido tradicionalmente fuerte, y se basa en un cierto sentimiento de idoneidad y en la posesión de cualificación académica. Esta presión había estado hasta entonces relativamente controlada por el aparato del partido en virtud de la prioridad reservada a los militantes obreros, pero ese control se relajó en un periodo como aquel, en el que el PCF estaba ampliando su base social y necesitaba cuadros dirigentes. Además, con la reactivación de las secciones de empresa en los años sesenta y setenta, ocupadas por militantes obreros, los docentes pudieron asumir más fácilmente los puestos vacantes en las secciones locales. Muchos de ellos estaban al frente de secciones de las localidades industriales de la cuenca de Longwy, como por ejemplo la sección de Mont-Saint-Martin, dirigida en 1976 por Roger Martin, originario de Aix-Marseille y nombrado profesor dos años antes en ese muncipio siderúrgico limítrofe con Longwy. En la dirección de la sección figuraban tres docentes, tres obreros, una empleada y dos mujeres sin profesión. En aquellos años setenta la sección de Longwy estuvo dirigida consecutivamente por dos profesores de instituto. El último, Jules Jean, profesor de matemáticas, hijo de un ingeniero militar oficial superior en la marina nacional fue elegido alcalde en alcalde en 1977. Originario de Bretaña y nombrado profesor en Longwy, Jules Jean fue en primer lugar secretario de la sección local del SNES antes de unirse al PC en 1965, cuando fue invitado a formar parte de la lista de izquierda en las municipales. En la cuenca, la proporción de afiliados comunistas con respecto al número de asalariados era entonces mayor en los centros educativos que en las minas o las factorías siderúrgicas. La célula de enseñanza de la ciudad de Longwy contaba con veintitrés comunistas en 1975. Esta era una tendencia general más acentuada aún en la capital. En 1977 casi uno de cada cuatro comunistas de la federación de París era profesor, mientras que los obreros tan sólo representaban el 13% de la militancia . 

Aunque durante los años setenta los profesores asumieron en gran número responsabilidades en sus secciones y sus localidades, no sucedía lo mismo con la dirección federal, que estaba en su mayor parte ocupada por miembros liberados de origen obrero. Cuanto más se subía en el escalafón del partido más obrera era su composición social: los secretariados y consejos federales quedaban casi exclusivamente copados por militantes de origen obrero, aunque los intelectuales de profesión accedían a los comités federales . Además, el estatuto de permanente se reservaba a los obreros. Los docentes mantenían su actividad profesional, mientras que los responsables procedentes del mundo obrero contaban con una retribución del partido o el sindicato. 

El giro obrerista de 1978 

El movimiento de ampliación hacia las “clases medias” iniciado en los años sesenta fue contrarrestado por una reproletarización por parte de las direcciones locales que suponía una vuelta política a los orígenes. Mientras que el acercamiento al PS y la dinámica unitaria se traducían en recomendaciones de apertura social y de renovación de los cuadros, la ruptura del programa común en septiembre de 1977 vino acompañada de un replieque discursivo en torno a la “clase obrera” y de una revalorización de los militantes que podían probar una larga fidelidad al partido. El endurecimiento de la línea política (ataques contra un PS asociado a la derecha, marginación de las voces críticas, afección al modelo soviético, etc.) supuso un aviso contra la renovación excesiva en las filas militantes. En noviembre de 1978, frente al consejo político, Gaston Plissonnier hacía un llamamiento a ralentizar el movimiento que él mismo había impulsado: “Desde este punto de vista, en ciertas federaciones es necesario estar antentos a no actuar con demasiada celeridad. La promoción no debe llevarse a cabo con precipitación .” 

Cuando los cambios son demasiado importantes “resistimos peor. A veces cedemos al oportunismo”. En 1981, con ocasión de otra reunión del consejo político, Gaston Plissonnier explicaba que no se había respetado la “estabilidad”, uno de los elementos centrales de la política de cuadros: “durante el XXIII Congreso en mayo de 1979, criticamos con razón una renovación en ocasiones demasiado precipitada en algunas federaciones. Es cierto que la movilidad de los cuadros es absolutamente indispensable para asegurar una renovación normal y permitir al Partido aprovechar las ideas frescas de los jóvenes militantes. Pero esta movilidad debe llevarse a cabo de forma organizada y sin brusquedad, siempre con la preocupación de asegurar la estabilidad de la dirección. Tanto más cuanto que la experiencia y la firmeza políticas se adquieren en la vida y en la acción .” 

Tras haber hecho un llamamiento a la promoción de una nueva generación de dirigentes, Gaston Plissonnier creía en esa reunión que había que “evitar elegir demasiado rápido a los camaradas para los puestos de responsabilidad”, y que era importante “compaginar estabilidad y promoción interna”. Llamaba la atención sobre los “movimientos de cuadros que en ocasiones son demasiado numerosos, sobre todo en las secciones”. 

Esta nueva orientación de la política de cuadros no tenía sólo como objetivo frenar la renovación de las filas militantes, sino también reducir el campo de los sectores sociales de donde provenían los dirigentes. El 7 de mayo de 1977, durante una reunión de los responsables de cuadros de las federaciones Gaston Plissonnier anticipaba sociológicamente el gran giro político que se estaba produciendo, al considerar que “recurrir con decisión a la clase obrera para la promoción interna sigue siendo una cuestión de primer orden”, y al reafirmar en estos términos la identidad de clase del PCF: “La composición social del Partido va en concordancia con su naturaleza de Partido de la clase obrera.” Tras la crítica a una renovación excesiva se perfilaba un reajuste obrerista: “En la dirección del Partido en las grandes ciudades, ha habido estos últimos años cambios demasiado rápidos, tendentes a renovar por renovar y a reemplazar cuadros obreros experimentados por jóvenes, estudiantes, empleados municipales y animadores culturales .” 

Efectivamente la llegada de nuevos militantes diplomados parecía haber desplazado a ciertos afiliados obreros, sobre todo en las células locales, donde el cambio no siempre prosperó, lo que trajo consigo la marginación de los militantes provenientes de las clases populares en beneficio de los docentes y de otros miembros de profesiones intermedias de la animación sociocultural. Tras haber pasado a un segundo plano en virtud del discurso aperturista, se reafirmó el lugar central de los obreros en la jerarquía del PCF, al mismo tiempo que volvía a cobrar importancia el activismo en los puestos de trabajo. Según Gaston Plissonnier había que “insistir en el papel fundamental de la clase obrera, la importancia decisiva de la actividad en la empresa y el lugar indispensable de los cuadros obreros en todos los órganos de dirección .” Los obreros debían retomar su posición dominante en los organigramas locales del PCF, posición que habían perdido a causa de la excesiva promoción de los docentes: “El número de docentes en los comités federales o en los comités de sección es en ocasiones demasiado grande. Supera el 25% en veinte federaciones, y el 30% en siete de ellas ”. 

Era necesario por tanto reevaluar el papel de los docentes comunistas: “Es cierto que a veces la promoción de un cuadro obrero exige más tiempo y más paciencia. Pero el éxito de nuestra política está en juego. Es útil reconsiderar el lugar de los docentes en los órganos de dirección, en los diversos niveles. En el conjunto de los comités federales, los docentes son más numerosos que los empleados, lo cual no se corresponde a la realidad francesa actual y a las exigencias de nuestra lucha. Los docentes que son militantes entregados parecen en ocasiones más aptos para cumplir ciertas tareas, pero recurrir con demasiada asiduidad a esta solución es ir a lo fácil, descartar el esfuerzo de formar a un militante obrero .” 

A final de los años setenta, las federaciones trataban de aplicar las consignas centrales dando más valor a los obreros y frenando la promoción de docentes. Pero este reajuste en favor la “clase obrera” provocaba tensiones. Tras un periodo en el que el acento se había puesto en la unión de los diferentes sectores sociales, las divisiones de clase podían reactivarse y alimentar disensiones internas. La pertenencia al mundo obrero se convirtió en un recurso para los liberados de origen obrero en su oposición a las categorías intelectuales que habían entrado en el partido más recientemente: los liberados, intelectuales de institución, podían imponerse a los intelectuales de profesión . 

Las decisiones tomadas durante la preparación de las elecciones municipales de marzo de 1977 reflejan las tensiones en torno a la identidad social de los portavoces del PCF. En un municipio lorenés, un alcalde comunista que estaba a punto de agotar su legislatura organizó junto con la sección local su sucesión, proponiendo a un concejal, profesor e hijo de minero. Sin embargo el comite federal rechazó su candidatura, siguiendo las recomendaciones del comité central que indicaban que debía encabezarla un obrero de la siderurgia, a pesar de que éste no había sido hasta ese momento concejal. En una entrevista el docente recordaba así el proceso que condujo a su exclusión: “Acepté la disciplina del partido y me quedé como segundo en la lista. Los docentes hijos de mineros habían hecho mucho por el partido, […] pero hubo problemas con la federación a partir de los años setenta porque el PCF se inclinaba más por el obrerismo y favorecía la inclusión de obreros. […] Yo fui víctima del anti-intelectualismo de la federación .” En 1978, Antonio Porcu (obrero ajustador de profesión) abandonó la dirección de la federación de Meurthe-et-Moselle Norte proponiendo que le sucediera Marc Zamichiei, técnico administrativo. Según el dirigente saliente la comisión nacional de cuadros prefería a otro responsable, Alain Amicabile, por ser obrero de la siderurgia. 

El obrerismo de finales de los años setenta fue principalmente un instrumento de lucha interna contra los intelectuales contestatarios, y legitimó el repliegue de la organización sobre sí misma y sus liberados. Pero este reajuste obrerista se apoyaba en un sentimiento anti-docentes compartido por una parte de los militantes de los sectores más populares, los cuales experimentaban una cierta sensación de usurpación frente a aquellos nuevos militantes que podían exhibir una confianza lingüística y una estabilidad en su estatus fruto de sus logros académicos. De hecho, se observaron manifestaciones de hostilidad hacia militantes cualificados por parte de obreros en los años sesenta y setenta, cuando estas categorías cualificadas copaban las redes comunistas. Según numerosos documentos internos algunos obreros se quejaban de la importancia que se daba a los “pedagogos” en detrimento de los “proletarios” en las estructuras del PCF. La célula de una pequeña localidad obrera de la región de Saint-Nazaire estuvo durante bastante tiempo paralizada por una rivalidad entre los “burócratas” (“los sentados”) y los “proletarios”. Estos últimos, esencialmente obreros de los astilleros, rechazaban recibir órdenes de los dirigentes de la célula. La oposición obrera a “los de las oficinas” (empleados, técnicos, secretariado, etc.) en los tajos encontraba su continuación a nivel municipal. La correspondencia interna está llena de críticas al “pedantismo” por una parte y al “obrerismo” por la otra, reflejando los conflictos que originó la entrada masiva de docentes en el PCF. A finales de los años setenta estas desavenencias fueron empleadas directamente por los cuadros comunistas para acallar las críticas al repliegue sectario formuladas por los intelectuales. La dirección nacional en torno a Georges Marchais, dirigente de origen obrero [II] fustigaba públicamente en marzo de 1978 a los “intelectuales sentados en su despacho”, utilizando las mismas expresiones de los militantes obreros para descalificar a los contestatarios. 

La estrategia burocrática de control de los intelectuales críticos encontró un apoyo en la base, en las células, entre militantes obreros que no se reconocían necesariamente en el discurso de repliegue de la dirección nacional, pero que intentaban sacar provecho de ella para volver a establecer un control militante colectivo menos favorable a los cuadros con más formación. La línea “obrerista” del equipo Marchais se apoyaba en el mencionado sentimiento de usurpación de los afiliados de las clases populares. Además, en los sectores obreros, el acercamiento a los socialistas iniciado en los años sesenta no siempre fue bien recibido, tanto más al ser entendido como una alianza con categorías sociales superiores. En la cuenca minera de Lorena, por ejemplo, los comunistas mostraron reticencias a presentar listas unitarias en las elecciones municipales y a militar conjuntamente con técnicos e ingenieros contra quienes en ocasiones se enfrentaban a diario en los pozos mineros. “No hay nada que hacer con los socialistas, como se ha podido comprobar después de su último congreso. […] ¿Qué quieres que le haga? Yo soy estalinista”, decía, por ejemplo, un minero en plena conferencia de sección en 1965 . Sin embargo estos militantes reacios a la alianza con los socialistas (y también con los “gaullistas de izquierdas” en los años sesenta) fueron marginados durante los años setenta. 

Un partido cada vez más alejado del mundo obrero 

Tras la rectificación obrerista de finales de los años setenta se ocultaba en realidad una doble desobrerización del PCF. En primer lugar una desobrerización del personal comunista, que se originó al ponerse el foco exclusivamente en el origen social de los responsables (tal y como se pone de relieve en los documentos del partido) y no tanto en sus trayectorias sociales objetivas. En segundo lugar una desobrerización del discurso comunista, que se alejaba de la realidad obrera concreta e insistía cada vez más en otras categorías, como los “pobres”, o los “excluidos”. 

Unos dirigentes obreristas poco obreros 

Con la vuelta a una retórica obrerista tradicional como telón de fondo, el periodo que va de finales de los años setenta a principios de los ochenta muestra una vuelta al poder interno de los liberados, los cuadros “obreros” nombrados por el comité central, que se encontraban en una situación de dependencia con respecto a los dirigentes. Este repliegue sobre el aparato se basaba en la surgimiento de una nueva generación de liberados “obreros” en los departamentos. Los cuadros que accedían por aquel entonces a la dirección de las federaciones eran elegidos por su fidelidad, a pesar de los sucesivos cambios estratégicos del PCF con respecto al PS, con fases de alianza (programa común en 1972 y participación en el gobierno en 1981) y épocas de oposición radical (ruptura de la unidad de la izquierda en 1977, salida del gobierno en 1984). Sin embargo aquellos liberados no eran “obreros” en la misma medida que los responsables a los que sustituían. El paso de aquellos cuadros federales por el mundo del trabajo productivo era cada vez más breve, y al contrario que las generaciones de militantes precedentes, se integraban en el aparato de manera muy temprana y accedían rápidamente al estatus de liberado. Con frecuencia eran liberados por la CGT, o incluso por las Juventudes Comunistas, antes de concentrar su actividad en el PCF. Muchos de aquellos cuadros surgidos del sindicalismo contaban con un Certificado de Aptitud Profesional obtenido en los centros de aprendizaje de las mismas fábricas en las que no trabajaban demasiado, sobre todo teniendo en cuenta que como delegados sindicales gozaban de la exención de horas de trabajo. 

Liberados en ocasiones ya desde el fin de su periodo escolar o de aprendizaje, provenientes de familias comunistas de los municipios gestionados por el PCF, eran en cierto modo productos de la institución, y sus vínculos con el mundo obrero eran más bien escasos. Se comprometían con el partido por tradición local o familiar, mientras que la entrada en el comunismo de sus predecesores había pasado frecuentemente por la participación en luchas clandestinas o en conflictos sociales. Los nuevos dirigentes reemplazaban a una generación marcada por las huelgas obreras y los combates de la guerra fría, una generación que había llegado al PCF tras un periodo de militancia de base más largo. Los nuevos en cambio debían su capacidad a la gestión de una herencia forjada en redes militantes ya constituidas. 

Por ejemplo en Grenoble, François Perez accedió en 1977 a la dirección local del PCF. Electricista de formación, se había afiliado al partido en 1957 a los veinte años. Tres años más tarde entró en el comité federal de Isère y con veinticinco años se convirtió en liberado responsable de las Juventudes Comunistas y del periódico comunista “Le travailleur alpin” (en el que sigue trabajando en 2014). Su trayectoria ejemplifica la burocratización que vivieron las redes militantes locales a lo largo de los años setenta: aunque los nuevos responsables fueran de origen obrero, en realidad cada vez habían ejercido menos su profesión antes de ser rápidamente seleccionados para un aparato dirigente que debía, en un contexto de auge de la organización, asegurar la formación de una elite militante, sobre todo para la prensa y las organizaciones juveniles. Esta burocratización de la militancia comunista estaba también vinculada al aumento de las ventajas materiales, fruto de las conquistas electorales, especialmente de las municipales de 1971 y 1977, en el marco de la unidad de izquierdas. A los funcionarios del partido propiamente dicho se añadía un número inédito de liberados, cargos electos o empleados de las administraciones locales gobernadas por el PCF, que llevaban una parte importante de las tareas militantes. Este proceso de burocratización y profesionalización del compromiso comunista creaba una distancia entre los militantes y los sectores populares “al reducir su percepción del mundo únicamente a la lógica de identificación al Partido ”. 

El papel de los liberados, retirados demasiado pronto de la “producción”, no era de ninguna manera una novedad de los años setenta. La constitución de un aparato de profesionales de la política es consustancial al modelo matricial del PCF. Las direcciones de los departamentos estaban dirigidas, desde el periodo de entreguerras, por liberados formados en París o en Moscú, y los responsables nacionales experimentaban tradicionalmente ascensos fulgurantes a los puestos de poder. Sin embargo, lo que constituía una novedad era el peso inédito de los liberados en el seno de las redes militantes del PCF. No existen cifras oficiales pero barajando diversas fuentes internas e investigaciones periodísticas podemos estimar que eran 550 en 1972, 860 en 1976 y 1000 en 1980 . La proporción de liberados en los comités federales aumentó y las secciones de empresa están ya en su mayor parte dirigidas por cuadros alejados del trabajo obrero. Los responsables que ascendieron a partir de finales de los años setenta eran obreristas sin haber sido obreros, titulares de diplomas profesionales sin haber podido trabajar mucho tiempo en las fábricas debido a un veloz acceso a la condición de liberado, pero también al creciente cierre de empresas. 

Es el caso del nuevo responsable ya mencionado de la federación de Meurthe-et-Moselle Norte, nombrado en 1978 . Alain Amicabile entró en el centro de aprendizaje de la fábrica donde trabajaba su padre como obrero siderúrgico pero, tras la obtención de su Certificado de aptitud profesional, la empresa cerró. Se vio obligado a emigrar a Luxemburgo, donde ocupó puestos de corta duración en diferentes sectores (construcción inmobiliaria, mecánica, siderurgia). Tras haber sido obrero durante menos de diez años entró en el comité central a la edad de treinta años. Estaba vinculado especialmente al mundo industrial por sus orígenes familiares y su formación profesional. Liberado desde una edad muy temprana, sus recursos como militante provenían principalmente del partido y de la formación que éste le había conseguido. Su legitimidad no se basaba en ningún caso de la lucha obrera o de un largo activismo sindical. 

En Loire-Atlantique, un militante de treinta y un años, Gilles Bontemps, liberado desde hacía varios años, se convirtió en primer secretario federal en 1983. Poseía un certificado de aptitud profesional en carpintería, y había trabajado algunos años como encofrador y como estibador. Pronto fue elegido responsable de departamento, luego responsable nacional de las Juventudes comunistas; y más tarde concejal en el ayuntamiento de Saint-Nazaire en 1977. Cuando fue ascendido a secretario federal en 1979 detuvo completamente su actividad profesional. Tenía veintiocho años. 

En un primer momento, la desobrerización de la organización comunista fue solapada, ya que el repliegue sobre el aparato se basaba en un grupo de dirigentes provenientes del mundo obrero. La vuelta a la defensa de los liberados se hacía en nombre de la revalorización de la identidad obrera del partido, aunque ésta estaba cada vez más teñida de lo que podemos denominar “miserabilismo”. 

La desobrerización del discurso comunista: el miserabilismo 

En razón de la trayectoria y de las prerrogativas adquiridas por los nuevos cuadros federales, se redujo el contacto entre los responsables y la base militante. La militancia se profesionalizó y adoptó una racionalidad propia, un discurso generalista cada vez menos vinculado a la realidad concreta de los sectores populares. Por consiguiente, la desobrerización no sólo afectó al aparato sino también al propio discurso comunista. A finales de los años setenta las referencias a la clase obrera, y más concretamente a la lucha de clases, cedieron frente a un cambio de tendencia que podemos denominar “miserabilista”, más inclinado hacia los temas de la pobreza y la miseria. Los cuadros del PCF empezaron a basar su propaganda en los “dieciséis millones de pobres” y, de forma paralela a la puesta en marcha de acciones fuera de las empresas contra las expulsiones y los desahucios, lanzaban una “campaña por la pobreza” mediante la redacción de los llamados “Cuadernos de la miseria y la esperanza” en 1977. Los responsables del PCF se empezaron a presentar cada vez más como los portavoces “de los pobres, de los más desfavorecidos entre los trabajadores ”, y no como los líderes del “partido de la clase obrera”. 

Aunque pudiera entenderse como una toma de conciencia de las consecuencias más tempranas del retroceso del Estado social en los barrios populares, esta campaña se inscribía más bien en una lógica de competencia electoral: hablar de los pobres permitía marcar distancias con el PS. Esta evolución miserabilista de la retórica comunista tuvo una corta duración y no deberíamos sobrevalorar su impacto, sin embargo es evidente que iba en contra del trabajo militante en pos de la afirmación de la dignidad obrera, ya que se llevaba a cabo en detrimento del discurso de clase y podía verse como una concesión a la ideología dominante, como el signo de un debilitamiento de la capacidad de resistencia del PCF a los valores dominantes. De hecho coincidía con la producción en aquel mismo momento de un discurso gubernamental desclasado sobre los “excluidos”. A nivel estatal, este discurso lo mantenía sobre todo Lionel Stoléru, que había sido nombrado secretario de Estado para los Trabajadores Manuales en 1976, durante la presidencia de Valéry Giscard d’Estaing. A rebufo de la emergencia de la noción de “exclusión”, su libro, publicado en 1974 y titulado “Vaincre la pauvreté dans les pays riches” [n. de t.], denunciaba la existencia de un “cuarto mundo formado por nómadas, por trabajadores extranjeros, por trabajadores franceses marginados (obreros no cualificados, temporeros, jornaleros, etc.) cuya condición es al mismo tiempo degradante y marginada por la sociedad ”. Durante una reunión del comité central, Charles Fiterman se encargó de replicar a quienes criticaban en el seno del partido la deriva miserabilista del PCF. El dirigente defendió la línea refiriéndose explícitamente a Lionel Stoléru y a su libro, asumiendo así la adopción por parte del PCF de una taxonomía estatal que asociaba la condición obrera a la pobreza y a los marginados: “En definitiva” explicaba Charles Fiterman, “los pobres constituyen la mayoría, la gran mayoría de la clase obrera, nueve millones de trabajadores. Nosotros mismos afirmamos que en Francia la clase obrera representa unos diez millones de trabajadores, luego los pobres son sobre todo clase obrera, y también sus seres queridos, así como las personas mayores que ya no trabajan, los enfermos, etc. ” 

La referencia a la “gente humilde”, según la expresión de Georges Marchais , estaba muy lejos de la clase obrera heroica y combatiente de 1936 y de la Liberación. Era una imagen de dominados, definidos por su “exclusión” y su “precariedad”. La denuncia de la explotación daba paso a la de la miseria, que era ubicua, generalizada y sin actores claramente identificados, lo cual conllevaba una ruptura importante en el modo de legitimación social de los dirigentes comunistas. Para ellos se trataba básicamente de hablar en nombre de los pobres y excluidos y no de darles el poder en el partido y en el aparato del Estado. De la lucha de clases a la reducción de la pobreza… 

Este discurso miserabilista, alimentado por unos liberados alejados del mundo obrero, desplazaba no sólo a los militantes no obreros que se habían incorporado al partido hacía poco, sino también a los militantes obreros que no se reconocían en esa imagen denigrante que se les daba. Olivier Schwartz, que llevó a cabo un largo estudio en la región del Norte, cree que el alejamiento del PCF por parte de los sectores populares a partir de finales de los años setenta tiene mucho que ver con aquella nueva orientación que desdeñaba las aspiraciones, de tipo cultural sobre todo, de la fracción más cualificada del mundo obrero . El PCF cultivaba estereotipos sobre los obreros desposeídos, difundía una imagen arcaica de la miseria de los trabajadores y todo tipo de imágenes que no tenían en cuenta la fuerte integración cultural y social de caracterizaba, gracias al consumo y a la escuela principalmente, a los obreros franceses desde los años sesenta. Esa nueva orientación miserabilista desorientaba a los militantes, sobre todo teniendo en cuenta que llegaba inmediatamente después de la glorificación, en el contexto de unidad de izquierda, de la “nueva clase obrera”, extendida a los ingenieros, técnicos y cuadros medios. 

En los foros internos del partido el discurso miserabilista, del mismo modo que la retórica obrerista, eran un arma contra los contestatarios y los intelectuales. Alimentaban las tensiones entre un aparato dirigido por militantes provenientes del mundo obrero y una fracción consecuente de la nueva base militante que ocupaba una posición intermedia en la jerarquía social. En las discusiones de células y de secciones, el modo en que se llevaba a cabo “la política de la unión en dirección a las clases medias” se convirtió, a partir de 1977, en un “problema”. Las actas que registran la intervención de un militante de los suburbios de Grenoble en mayo de 1978 resumen bien el tenor de las críticas: “La gente no cree en la miseria. Estamos cometiendo un fallo muy grande. Reconocer los errores, desarrollar la democracia, ninguna discusión tras el informe de Marchais. Da una importancia desmedida a la miseria y la clase obrera en detrimento de las otras clases (ITC), hace campaña demasiado en contra del PS, y no lo suficientemente contra la derecha. Demasiado obrerismo .” 

Los profesores vivían particularmente mal su situación en el PCF, y así lo expresaron a lo largo de los años ochenta. Por ejemplo, la célula de un centro educativo de Nantes adoptó en 1986 una resolución que condenaba el divorcio entre el “discurso” del partido y su “práctica”, que “despoja de toda credibilidad al proyecto del PCF, […] en especial en el sector de la educación, donde los militantes comunistas ya no son escuchados por sus colegas” . 

Propugnaban una apertura sociológica del partido: “Creemos que es indispensable para unir a las clases sociales [que se encuentran] en la esfera de influencia del PS: docentes, trabajadores intelectuales, cuadros, técnicos, etc. categorías que sufren la disminución de las responsabilidades que se les confían en la actualidad.” 

Para muchos docentes, el lenguaje de los dirigentes del PCF y la orientación social de la promoción militante representaban un problema. Según un comunista del departamento de Allier “nuestro lenguaje sigue siendo demasiado ‘obrerista’ para la evolución de la sociedad. Es necesario que nuestra prensa equilibre sus artículos entre información procedente del mundo empresarial y de otros sectores. En nuestras reuniones deben expresarse, de forma equitativa, la clase obrera propiamente dicha y las otras categorías de ‘trabajadores’”. Fernand Laporte, antiguo responable del trabajo en dirección de los intelectuales de la federación de Isère, cuestionaba el “sistema de reclutamiento de los cuadros del partido, que se lleva a cabo básicamente en una capa social determinada: una fracción de la clase obrera que conserva todo su peso en las direcciones mientras que en la sociedad ha disminuido su peso relativo. […] Nuestra comunicación está marcada por el lenguaje oral, hablado, que empobrece nuestra política ”. 

Las críticas las expresaban sobre todo los militantes más cualificados, aquellos que habían sido seducidos durante el periodo de unidad de la izquierda. La nueva orientación obrerista había hecho estallar las divergencias ligadas a la posición social, como sugiere el antiguo alcalde de un municipio industrial: “La contestación tuvo poco impacto en un primer momento en la sección de Villerupt ya que los militantes locales pertenecían a la clase obrera y por tanto se encontraban cómodos con el obrerismo de la época. Algunos profesores y empleados de la siderurgia lo criticaban, pero eran poco numerosos .” En el vecino municipio de Hussigny, la crítica al repliegue sectario la encarnaron en los años ochenta un contable y un maestro quienes, al no ser secundados por los militantes obreros, dejaron el partido. No obstante la crítica al giro obrerista se dejaba sentir hasta en las regiones obreras. En Saint-Nazaire por ejemplo un militante no docente consideraba que “en el lenguaje, el obrerismo es malo ”, mientras que el secretario de una sección obrera de la región de Lorena opinaba que “el miserabilismo en el que se refugia la dirección actual del partido no puede constituir por sí mismo una política . 

El abandono de la ambición de representar a las clases populares 

El debilitamiento actual del PCF se produjo en el marco de la desobrerización de sus filas militantes, un proceso que obligaba a reconsiderar su singularidad institucional, forjada en los años veinte sobre la hegemonía de los militantes obreros en la organización. Poco a poco los obreros se empezaron a asociar a figuras del pasado, un pasado con el que intentaron romper los reajuste ideológicos y estratégicos de los años noventa. Promover a cuadros de origen popular había dejado de ser una prioridad. Ahora se trataba tan sólo de representar a la “sociedad en su diversidad”. Como resultado se aceleraron los procesos de segregación política de las categorías desfavorecidas. Se apartó a las clases populares de los puestos de dirección del PCF, aun cuando la organización se había construido a lo largo de la historia precisamente sobre la ambición de acabar con la dominación política a los grupos sociales más desfavorecidos. 

La relegación de los militantes obreros 

Los estudios sobre la sociología de los afiliados muestran la existencia en el PCF de una proporción de obreros en activo relativamente estable en los años cincuenta, sesenta y setenta: alrededor del 45% de los efectivos . A partir de ese momento se hace más patente el retroceso de los obreros. De 1979 a 1997 se pasó de un 46% de obreros entre los miembros activos del PCF a un 31,3% . La proporción de obreros en la organización se redujo más pronunciadamente que la proporción de obreros en el conjunto de la sociedad francesa. El PCF perdió progresivamente el fuerte componente obrero que lo distinguía de los otros partidos y que iba en concordancia con su proyecto político de lucha contra el capitalismo. 

El movimiento de desobrerización afectó al aparato militante y se tradujo en un descenso regular del número de delegados de extracción obrera en los congresos nacionales. Mientras que en 1967 eran todavía mayoritarios, su porcentaje se mantuvo en cerca del 45% durante los años setenta, inferior al 40% en los años ochenta para bajar del 30% en los años noventa . En 2003 la dirección no contaba con más del 10% de militantes de origen obrero entre los delegados al XXXII Congreso. Recordemos que en ese momento los obreros todavía formaban un cuarto de la población activa. El PCF cada vez es menos ajeno a los mecanismos de selección social que llevan aparejada la infrarrepresentación de las clases populares a medida que se escala en la jerarquía del partido. Mientras que los obreros representaban el 31% de los afiliados en 1997, en 2001 no eran más que el 13% de los miembros elegidos al consejo nacional. 

En el congreso de 2008, el último del que se conocen las cifras de composición social, los obreros no representaban más que el 9% de los delegados en activo. De hecho es la categoría social mencionada menos representada. Con 61 personas, los obreros son menos numerosos que quienes se declaran empleados (222), pequeños directivos (175), altos cargos (111) o “docentes o formadores” (125). Si se tiene en cuenta su peso en la población general, los obreros estaban en gran medida infrarrepresentados entre los delegados del congreso. El informe de la comisión de los mandantes estimó sin embargo que se trataba de una “imagen relativamente fiel de la sociedad tal y como es actualmente, así como de la evolución actual de los asalariados, que muestra una disminución de los obreros frente a un aumento de los empleados”. En 2013 el informe de la comisión de los mandantes del XXXIV Congreso ni siquiera menciona el origen social de los delegados, tan sólo se indica que para los delegados activos “están representadas todas las categorías profesionales”… 

De modo que se ha abandonado la ambición de promover prioritariamente a responsables provenientes de los sectores populares. Faltan también las herramientas para conseguirlo, ya que éstas han dejado de considerarse primordiales. Desde 2009 la información relativa a los afiliados está centralizada en una base de datos común que permite a los responsables de la sección “Vida del partido” hacer un seguimiento más sencillo y extraer diversas listas en función de la actualidad y de las necesidades (por ejemplo, organizar una consulta interna para unas elecciones). De forma significativa, el programa está pensado para tratar un gran número de variables (edad, sexo, sector de actividad, domicilio, etc.) pero no tiene en cuenta la categoría socioprofesional. Se diferencia a los afiliados según su rama de actividad (educación, administración, transportes, hospitales), o por la empresa en que trabajan (SNCF, EDF, Air France), sin que se pueda saber si se trata de un obrero o de un directivo. La distinción de clase ya no se considera un dato importante. La situación de los obreros y empleados en el partido, y más concretamente la cuestión de la representación de las clases populares, se ha convertido en secundaria. Lo importante es asegurar la diversidad interna en términos de sectores de empleo. El “perfil social” de los afiliados sólo se tiene en cuenta para distinguir a los que están “en activo” de los que están cursando estudios, sin empleo, jubilados o sin actividad profesional. La lectura en función de clases o al menos en función de grupos sociales jerarquizados ha desaparecido incluso del tratamiento de la composición interna de la organización. 

En estas condiciones la marginación de las clases populares en la jerarquía del partido puede existir sin que sea siquiera considerado un problema por parte de los dirigentes. De este modo los militantes de origen obrero han visto reducirse su proporción en las direcciones departamentales del PCF. En Meurthe-et-Moselle por ejemplo fueron por primera vez minoría en una conferencia federal en 1990, en la que no constituían más que el 27% de los delegados frente a un 37% de empleados o un 11% de profesores . En 2003 sólo hubo un militante obrero en la conferencia federal de este departamento, que contaba con unos 85.000 obreros . 

En lo que respecta a los afiliados, la evolución es menos tajante. En primer lugar refleja las transformaciones internas en las clases populares, con un declive de los obreros en beneficio de los empleados, que se han convertido en el grupo mayoritario, según el estudio realizado en 1997 por Jean Ranger y François Platone . Pero el retroceso de los efectivos obreros también se produjo en beneficio de las clases medias y superiores. El peso de las categorías más cualificadas aumentó en el PCF. Entre 1979 y 1997 la proporción de profesiones liberales y directivos superiores se multiplicó por más de dos, hasta llegar a un 11,3%, mientras que la proporción de profesiones intermedias y cuadros medios se correspondía con la de su peso en la sociedad francesa (20%). Teniendo en cuenta el descenso general del número de afiliados estos datos muestran que la reducción de los efectivos militantes es menos pronunciada entre las clases medias y superiores. 

Un nuevo grupo central: los funcionarios de la educación y de la administración local 

Los miembros de las clases populares, anteriormente centro de todas las atenciones, han experimentado un progresivo desplazamiento de los puestos de responsabilidad del partido, de las federaciones y de los ayuntamientos, ocupados ahora por militantes pertenecientes a las categorías más cualificadas . La sobrerrepresentación de las categorías no populares es importante en los puestos de dirección. Docentes y cuadros administrativos han ido accediendo en las federaciones a los puestos de responsabilidad que dejaban vacantes los militantes de extracción obrera. En los años ochenta y noventa cuanto más se ascendía en la jerarquía de la organización más grande era la presencia de docentes, a pesar de que las recomendaciones de finales de los años setenta tenían por objetivo mantenerlos en los escalones intermedios del partido. Desde 1987 a 1991, la federación de Meurthe-et-Moselle estuvo dirigida por una antigua profesora (Claude Fischer). En Allier, también un docente de profesión, Jean Claude Mairal, fue secretario federal desde 1990 a 1998. En este departamento los profesores formaban desde finales de los años setenta entre un 15% y un 20% del total del comité federal. En el conjunto de las regiones, los docentes estaban sobrerrepresentados en los organismos dirigentes del PCF con respecto a su peso en la población local y en las redes militantes. Maestros y profesores formaban en 1985 por ejemplo el 8% de los delegados de la conferencia federal de Meurthe-et-Moselle, en la que se eligió a un comité federal formado por un 27% de miembros de ese grupo social . 

A causa del agotamiento de los recursos militantes, la promoción de los docentes en el seno del partido se llevó a cabo sin obstáculos. Los profesores son, junto con los jubilados obreros o campesinos, los únicos que pueden y quieren dedicar parte de su tiempo a las actividades militantes. Los docentes dirigen a menudo las últimas células profesionales. Como hecho significativo para entender la dirección comunista de las clases populares, las células de los centros educativos movilizan casi exclusivamente a los profesores, dejando de lado al resto del personal, en particular al de los servicios técnicos y de restauración. Ha cambiado incluso el propio contexto docente, ya que muchos maestros comunistas ya no son hijos de obreros o campesinos, sino de profesores. 

De forma general el retroceso de los obreros benefició sobre todo a los trabajadores no manuales del sector público, que se hicieron cargo en los años noventa de la dirección de las redes locales del partido. Se multiplicaron los casos de funcionarios locales de categoría A y B que sustituían a permanentes de origen obrero. El comité federal del departamento de Loire-Atlantique elegido en 1994 contaba con un 60% de trabajadores del sector público o subcontratados de la administración, de los cuales una minoría eran trabajadores de ejecución. A comienzos de los años 2010, los puestos directivos en las federaciones y en los equipos municipales comunistas están ocupados mayoritariamente por cuadros técnicos y administrativos del sector público. 

Según la información indicada por los afiliados de 2013, un 75% trabaja en el sector público frente a un 25% del privado . Predominaban los trabajadores fijos de los servicios públicos, mientras que los obreros y empleados en empresas privadas, sobre todo en las PIME, están muy poco presentes en el partido. Esta “funcionarización” del cuerpo militante es un proceso común en los partidos comunistas de Europa Occidental , que está en relación con la dificultad de mantener un compromiso político en el sector privado en un contexto de gestión empresarial agresiva y de desintegración de los colectivos de trabajadores. Refleja además la importancia de la noción de servicio público para los comunistas, quienes entran en ese ámbito por estar en concordancia con sus valores y aspiraciones, los cuales difícilmente pueden expresar en unas empresas privadas donde se condena al ostracismo a los militantes sindicales y políticos. También se puede ver en ello una consecuencia del repliegue del PCF sobre sus redes municipales, y en sentido amplio, sobre el mundo de las administraciones territoriales. En el contexto de unas redes militantes donde dominan los agentes de función pública territorial, el poder local de los comunistas se fundamenta en prácticas clientelares, es decir, en intercambios de ayudas o favores por apoyo político. 

Señalemos que la disminución del peso de las clases populares afecta igualmente a las organizaciones de masas del PCF, como el Socorro Popular , o el Movimiento de la Paz, tradicionalmente dirigidos por militantes obreros y cada vez más abiertas a los miembros de las clases medias. 

“El partido de la gente” 

La trayectoria social de Robert Hue, secretario nacional del PCF que en 1994 sucedió a George Marchais, quien era metalurgista de formación, es significativa de este nueva orientación en favor de los trabajadores del sector público. Familiarizado con el mundo comunista desde su infancia gracias a su familia y su barrio de origen en una pequeña localidad del cinturón rojo parisino, Robert Hue proviene del mundo obrero, pero se convirtió en liberado después de haber ejercido durante muy poco tiempo su profesión de enfermero. En 1976 fue nombrado colaborador parlamentario de un diputado comunista, ostentó diversos cargos locales y se convirtió en responsable nacional de los cargos electos comunistas, antes de ser elegido él mismo diputado en 1997. 

A la cabeza del PCF Robert Hue ha sido el promotor de la “transformación” que conjuga la merma de la identidad obrera de la cultura comunista con el sueño de un partido “a imagen de la sociedad”. Mediante el uso de diferentes expresiones como “la mayoría del pueblo francés”, “nueva agrupación popular mayoritaria”, etc, se da prioridad a la agrupación “con la gente”. Lejos de ser un partido de clase, de lo que se trata ahora es de representar a la sociedad en su totalidad, de ser representativo y por tanto de perder la singularidad obrera. Robert Hue fue nombrado secretario nacional en el congreso de 1994, el mismo momento en el que se instauraron los nuevos estatutos que eliminaron toda referencia a la “clase obrera”, a su “papel dirigente” o al caracter “revolucionario” del partido, al mismo tiempo que se abandonaba oficialmente el centralismo democrático [III]

El cambio de tendencia del discurso comunista tiene como objetivo reconocer los derechos del individuo independientemente de su clase social, así como ampliar el combate democrático para superar la simple lucha contra la explotación capitalista. Para un defensor de la postura política de Robert Hue como Charles Marziani, secretario de la federación del PCF de Haute-Garonne, “identificar individuo y comunismo es empuñar la antorcha del humanismo liberador”, es convertirse en “el partido de quienes necesitan transformar la sociedad para realizarse, y no sólo de una parte del pueblo al cual los demás se pueden sumar”. La “opción del humanismo” ha sustituido pues al referente marxista-leninista como principio central de la reorganización identitaria del PCF: el hombre como individuo singular separado de su pertenencia social ocupa ahora el lugar central de la empresa de emancipación comunista. El XXIX Congreso de 1996 fue el punto culminante de esta redefinición individualista y humanista del proyecto comunista. Estos debates fueron respaldados por la aparición del libro de Robert Hue “Communisme: la mutation” . 

El humanismo individualista representa una ruptura con el marxismo-leninismo que había sido más o menos utilizado por los comunistas desde los años veinte y del cual podemos recordar algunos principios: papel central de la lucha de clases en la evolución histórica, aparato del estado como instrumento de dominación de una clase social, el socialismo como asegurador de un reparto equitativo de las riquezas por medio de la colectivización, la clase obrera como centro de la estrategia de toma del poder. A pesar del antiguo lema “no hay partido revolucionario sin teoría revolucionaria” se ha renunciado progresivamente a estos principios fundamentales, a menudo sin discusión y sin nuevos rumbos ideológicos para unir las filas militantes . La desintegración ideológica del PCF comenzó con el XXVII Congreso en 1964 (abandono de la idea de partido único) y la reunión del comité central de marzo de 1966 en Argenteuil que renunció al control político de las actividades científicas y culturales. Continuó en los años setenta en el marco de la conquista del poder: aceptación del principio de alternancia (1970), reconocimiento del caracter intangible de las libertades (1975), renuncia a la dictadura del proletariado (1976) y abandono del materialismo como condición para la afiliación al partido (1979). La adscripción al campo de las “democracias populares”, el alineamiento con la URSS y los regímenes socialistas de Europa Oriental se quebró por la fuerza de los acontecimientos: la caída del muro de Berlín en 1989 y el desmantelamiento de la Unión Soviética en 1991. La descomposición doctrinal, frenada momentáneamente por el reajuste identitario de los años ochenta, prosiguió tras la caída de los regímenes comunistas en Europa y llegó, con la promulgación de los nuevos estatutos en 1994, al núcleo mismo de la doxa comunista: el “marxismo-leninismo” y el “centralismo democrático”. Según Francette Lazard, ponente de la comisión sobre los nuevos estatutos, “el PCF ya no se define a priori con respecto a la clase obrera o a la teoría marxista ”. Este rechazo de la concepción científica del socialismo, justificado por “la fuerza de los hechos” y por una nueva lectura de Marx que valora las “dimensiones utópicas” de su obra , da lugar a un discurso ecléctico, determinado por la actualidad, sin coherencia y sin una visión de conjunto. Durante este último periodo las renuncias han sido generalmente discretas, como dejar de referirse a la “propiedad colectiva de los medios de producción y de intercambio” y al papel central de la clase obrera. También han sido erráticas: la referencia al marxismo desapareció de los estatutos de 1994 pero volvió a aparecer en 2001. 

El paso de Robert Hue por la dirección del PCF (1994-2003) estuvo marcado por una “política de las palabras y de los golpes mediáticos”, que supuestamente iba a regenerar al PCF . Mediante el uso constante de sondeos y la colaboración con politólogos (Alain Duhamel, Stéphane Rozès, Jacques Séguéla, etc.) se intentó dar una “nueva imagen” al PCF, la imagen moderna de un partido “transparente” en el que se discute lejos de todo sectarismo. De un partido en el que cada vez se debate menos en torno a un “programa” y a unos “principios”, sino acerca del “proyecto” o las “aspiraciones” comunistas. Sin embargo cada vez resulta más difícil discernir los principios estructurales y específicos del “proyecto comunista” que se discute en los debates internos. El esfuerzo de la comunicación política se guía sobre todo por la obsesión por seguir a “la gente”, de no ir a contracorriente, de mostrar que el PCF, sus militantes y sobre todo sus cargos electos son gestores competentes, “útiles” para la sociedad. 

El término de “proyecto”, así como el de “red”, utilizado constantemente para señalar la fragilidad de las formas de compromiso en el seno del PCF, pertencen por otra parte a la jerga de las nuevas generaciones de asesores de gestión y dirigentes de empresa. En ese sentido se ajustan al “nuevo espíritu del capitalismo” descrito por Luc Boltanski y Éve Chiapello . 

La glorificación de los títulos académicos y las habilidades no militantes 

El abandono del discurso de clase y el establecimiento de la primacía del individuo sobre la organización han fomentado en el seno del partido la reproducción de las lógicas de desigualdad del orden social. Los miembros de las clases populares siguen siendo mayoritarios en los peldaños de base pero estar en posesión de un título académico y pertenecer a las categorías intermedias y superiores del espacio social se han convertido en bazas para ascender en la organización. Los recursos culturales adquiridos en los itinerarios académicos se han vuelto muy demandados en los órganos del partido. La comisión nacional de los apoderados al XXXI Congreso de 2001 resaltaba “el aumento del nivel de estudios de los delegados”, dando a entender que el cambio era positivo. De forma significativa Marie-George Buffet, la secretaria nacional del partido que sucedió en 2003 a Robert Hue, fue la primera dirigente del PCF con un título universitario, una licenciatura en Historia. Buffet trabajaba en una administración local antes de convertirse en asesora en otro municipio, diputada regional en la región de Île-de-France, y más tarde diputada nacional en 1997. 

En los departamentos el historial académico de los nuevos dirigentes cada vez pasa menos por la formación profesional y más por los institutos de educación secundaria. Muchos eran profesionales de la gestión pública local (agregado parlamentario, secretario de ayuntamiento, funcionario territorial) antes de entrar en las diferentes direcciones federales del partido. El mundo de las administraciones locales ha sustituido así al de las fábricas y el sindicalismo obrero como matriz de formación de los militantes profesionales. En el departamento de Isère un obrero (hijo de campesinos proletarizados), diplomado en una escuela profesional de Rhône-Poulenc donde había obtenido una capacitación profesional como ajustador fue relevado en 1989 al frente del PC territorial por un técnico administrativo hijo de empleados, ex-alumno del prestigioso liceo Champollion de Grenoble y licenciado en Derecho Público. Antiguo “simpatizante maoísta”, se había afiliado al PCF por su “gusto por la eficacia ”. Fue jefe de gabinete en un ayuntamiento, y más tarde dirigente en el consejo general, antes de convertirse en liberado. 

Como consecuencia del abandono del voluntarismo en materia de formación de los militantes, los responsables del partido vienen ahora con su propio bagaje técnico, obtenido fuera de la organización militante, generalmente en el ejercicio de sus funciones como altos funcionarios del sector público territorial, en el sistema educativo o en las administraciones públicas. De forma simplificada se podría decir que el PCF se ha convertido en el partido de las clases sociales empleadas en la nueva administración municipal, una administración que se ha tecnificado y ofrece contratos estables. Del conjunto de afiliados en 2013 el 23% afirma trabajar en alguna administración territorial . La emergencia de equipos de altos funcionarios territoriales al frente de las federaciones se puede explicar por el auge de las estructuras de gestión de estos entes locales, pero también por la escasez de puestos de liberados políticos. Cada vez hay menos responsables comunistas retribuidos por un partido en dificultades financieras y cada vez hay más que lo son por las administraciones territoriales, ya sea como funcionarios o como cargos públicos. Esta profesionalización de la gestión comunista en torno a una oligarquía local se enmarca en el proceso general de ensanchamiento de la brecha social de las elites políticas, incluso las de izquierda. Rémi Lefebvre y Frédéric Sawicki pusieron de manifiesto la autonomización en los años ochenta de una elite dirigente socialista sociológicamente homogénea, que monopolizaba las competencias legítimas y los puestos de responsabilidad . El proceso de aburguesamiento fue más precoz y mucho más fuerte en el PS, pero en general el distanciamiento de las clases populares caracterizó al conjunto de la izquierda . Con el debilitamiento de las asociaciones y los sindicatos con los que estaban vinculados, las redes comunistas se han replegado en torno a las administraciones locales y a unos actores cuya legitimidad se basa cada vez menos en el capital militante y cada vez más en las competencias administrativas. 

Constituir un partido obrero, o por lo menos una organización con fuerte arraigo en los medios populares ha dejado de ser una prioridad para los dirigentes comunistas. En un documento de veinticuatro páginas adoptado en el XXXIV Congreso, en 2008, prácticamente no aparece la palabra “obrero”. Tan sólo figura una vez, de manera un tanto desleída, precisamente cuando se afirma que no hay que limitarse únicamente a ese grupo social, pues se trata de unir a “obreros, técnicos, empleados o mandos, mujeres y hombres asalariados de todas las categorías, precarios, intelectuales, sin papeles, desempleados, campesinos, creadores, estudiantes, jubilados, artesanos”. En general hay muy poca referencia directa a los obreros en los textos de la dirección del PCF, y rara vez separados del resto de categorías sociales, ya que la organización se dirige a los “asalariados en su diversidad” y llama a la “participación ciudadana”. El texto adoptado en el XXXVI Congreso, en 2013, insiste así en el hecho de que la crisis afecta “a todas las categorías de asalariados y los sectores más diversos de la población”, y que no hay que “reducir” a las personas a su “estatus social” en un momento en el que “los partidos dominantes han encasillado a la población en sectores, categorías y comunidades”. Por su repudio al obrerismo anterior, los dirigentes comunistas tienen tendencia a rechazar cualquier singularidad social del colectivo obrero, y a negar cualquier papel político específico a las clases populares. En las declaraciones de la cúpula se hace referencia a los obreros sólo cuando se habla del pasado, de la historia del movimiento obrero o del cierre de fábricas. 

A lo largo de todo el último periodo, al igual que las otras formaciones de izquierda que se preocupan por el auge del Frente Nacional, se detecta sin embargo una creciente preocupación en la dirección del PCF acerca de la necesidad de que el PCF vuelva a arraigar en los medios populares [IV], con un énfasis en los “habitantes de los barrios populares” y en volver a extender “el activismo en los tajos”. Aunque orientado hacia los lugares de vida y de trabajo, este vocablo deja de lado todavía la cuestión del posicionamiento de clase de los individuos. Y a lo largo de los últimos congresos nacionales, cuando se abordó el tema de la representatividad de los dirigentes del PCF, se hizo principalmente en referencia a la representatividad territorial. Parece que asegurar un equilibrio geográfico que evite una excesiva representación de la región parisina es más importante que promover a las clases populares. Por lo que respecta a la renovación de las direcciones, lo que más se debate es la cuestión de la edad y de las mujeres. El rejuvenecimiento y la feminización de los dirigentes son objetivos prioritarios, no así la constitución de un aparato con raíces populares. A veces se aborda también la cuestión de la “diversidad”, pero casi nunca la de la promoción de militantes de las clases populares. Los informes internos del congreso de 2013 ya no mencionan el origen social de los militantes y delegados, tan sólo hacen referencia a categorías sin posición social: “estudiantes”, “jubilados”, “militantes de empresa”, “cargos electos”, etc.

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La evolución es clara desde finales de los años setenta: el PCF ha perdido el fuerte componente popular que constituía su singularidad sobre la escena política francesa. Es cierto que sigue siendo la organización con más obreros y empleados entre sus afiliados y responsables. Además tiene que pugnar con unos partidos, adversarios o aliados, dirigidos básicamente por elementos de la burguesía económica y cultural. Pero no es menos cierto que la dirección del PCF se ha vaciado poco a poco de militantes de las clases populares. Obreros y empleados constituyen una minoría en las instancias nacionales, donde imperan las categorías con mayor formación académica, sobre todo puestos técnicos y docentes. Desde 2010 el secretario nacional es Pierre Laurent, titular de un Máster en Ciencias Económicas por la Sorbona y antiguo director de la redacción del periódico L’Humanité. Desde 2013 se ha rodeado de un grupo restringido de dirigentes, miembros de la “coordinación nacional”, cuya formación profesional o académica declarada muestra en su mayoría una distancia con respecto a los medios populares: directora de comunicación (Éliane Assassi), florista (Lydie Benoist), licenciado en Derecho y filosofía (Patrice Bessac), director comercial (Robert Injey), profesor diplomado y con un Máster (Jacques Chabalier), docente Máster en Historia (Olivier Dartigolles), asistente social (Isabelle de Almeida), técnico administrativo (Jean-Charles Nègre), doctora en Historia por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (Lydia Samarbakhsh) y directora de edición (Marie-Pierre Vieu). 

La profunda desobrerización de la base militante del PCF se produjo al mismo tiempo que los comunistas perdían su gran implantación electoral entre los sectores populares. Mientras que cerca del 60% de los obreros votaban al PCF en los años sesenta, a finales de los años setenta el voto obrero se desplazó hacia los candidatos socialistas. El electorado obrero, con su profunda renovación, ha dado la espalda al PCF y ha alimentado al PS, pero también, aunque en menor medida, a la derecha, especialmente al FN . Decir que cada vez más obreros votan por la extrema derecha no significa sin embargo que haya habido un trasvase masivo de voto obrero del PCF al FN . Esta tesis, enarbolada frecuentemente por los comentaristas electorales, no ha sido demostrada. Los estudios de campo muestran más bien una radicalización del electorado de los partidos de derechas. De hecho no es en las zonas donde el PCF retrocede más donde aumenta más el voto al FN . El declive de la corriente comunista en realidad ha dado paso, en los sectores populares, a una fuerte abstención electoral. El electorado comunista se ha reducido drásticamente, ha envejecido y ha perdido su fuerte componente popular. El voto comunista ya no se caracteriza por su caracter abiertamente más obrero que el resto. En los años 2000, obreros y empleados en activo han votado proporcionalmente más por los candidatos de extrema izquierda que por los del PCF. 

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. Ninguna mujer había participado en el secretariado del Comité desde los años veinte, hasta que la elección de Gisèle Moreau (empleada de banca de profesión). 

. Georges Marchais, ajustador de profesión, trabajó durante un corto periodo de tiempo en el sector de la aeronáutica y dirigió la Unión de los Sindicatos de Trabajadores de la Metalurgia en la región del Sena, antes de entrar en el Comité Central del PCF en 1956. Fue secretario general del Partido desde 1979 hasta 1994 y candidato a las elecciones presidenciales en 1981. 

. El centralismo democrático, heredado del leninismo, en tanto principio de organización interna, se basa en la unidad de acción y de orientación una vez la mayoría de los militantes toma una decisión. En la práctica implica no sólo la prohibición de corrientes internas sino también un funcionamiento de partido centralizado y jerarquizado, en el que cada escalón inferior tiende a acatar las decisiones que toma el escalón superior. 

. Leer el cap. V, infra, p. y sgs.