- Las cigarras y las hormigas
En el siglo XVII, el progresivo ascenso del capitalismo y el declive de las clases aristocráticas ociosas y parasitarias explican a la perfección por qué Jean de La Fontaine retoma la famosa fábula de Esopo La cigarra y la hormiga: “Cantó la cigarra durante todo el verano, y al llegar el invierno se encontró sin nada”.
La intención era presentar al capitalismo industrial como una hormiga que trabaja y que ahorra para aumentar su riqueza en el futuro, mientras los grandes señores, investidos con los títulos más variados y extravagantes, se dedican a gastos suntuosos y poco productivos. Eran, a los ojos de muchos, las cigarras que cantan durante todo el verano.
Ese es el significado que podía tener esta metáfora en el siglo XVII. Hoy día hay que buscarle otro, aunque sean numerosos los intentos de presentar a los empresarios actuales como los sucesores de los capitalistas industriales de aquella época, en un momento en que las cigarras parecen haber desaparecido.
Sin embargo, las dimensiones de los capitales que acumulan algunas personas – 47,2 billones de dólares de patrimonio exclusivamente financiero en 2010 (es decir, sin contar los bienes inmuebles y otros activos reales) en manos de once millones de familias en el mundo[1] - y el desarrollo de paraísos fiscales a escala planetaria nos hacen intuir un nuevo sentido a la fábula.
Y es que ¿no es posible ver a esos inversores que compran y venden constantemente títulos o productos financieros en mercados cada vez más especulativos como si fueran las cigarras de hoy en día? ¿no se puede comparar la forma de cantar del homóptero durante el verano con la velocidad a la que algunos dilapidan sumas gigantescas en operaciones financieras de gran envergadura, sean fraudulentas o legales?
Desde luego, las personas implicadas en estas transacciones piensan que trabajan duramente, y que por tanto están lejos del comportamiento de esos aristócratas despreocupados del siglo XVII. Pero ¿qué riquezas reales crean estas personas, aparte de un capital en gran medida ficticio o hipotético? ¿cuál es su contribución al progreso de la humanidad? ¿qué persiguen si no es el aumento de su fortuna personal sin tener en cuenta las realidades sociales y medioambientales del mundo? ¿Qué se puede pensar de Stephen Schwarzman, el presidente de Blackstone, ese nuevo gigante de las finanzas cuyo patrimonio personal se estima en 5.900 millones de dólares[2],[3]? ¿Cuál es la diferencia con los derroches de la corte de Versalles o de tantas otras asambleas aristocráticas de los siglos XVII o XVIII?
Las hormigas actuales ¿son todavía como los esforzados capitalistas industriales de comienzos de la era moderna, que se apoyaban en sus ahorros personales, o incluso en su trabajo, para enriquecerse poco a poco? ¿No se parecen, más bien, a los millones de asalariados que trabajan a diario en los inmensos hormigueros industriales y comerciales?
De modo que tal vez habría que revisar la fábula. En nuestro época, a diferencia de la versión de Jean de La Fontaine, el insecto trabajador no es independiente de la cigarra. De hecho, las hormigas actuales trabajan para las cigarras (como antiguamente los campesinos para sus señores). Pero es que además es el trabajo de unos lo que permite que los otros canten durante todo el verano. Hoy la fábula se debería titular Las cigarras y las hormigas.
En cuanto a la moraleja de esta parábola moderna, es verdaderamente escandalosa. Como en la fábula, las cigarras, que habían cantado durante todo el invierno, se encontraron sin nada cuando llegó el invierno, es decir, cuando llegó la crisis económica y financiera. Pero como las hormigas trabajan para ellas, pudieron decirles: “Ya que estamos necesitadas, vais a tener que currar el doble y a algunas incluso las vamos a echar a la calle: sólo podrán bailar... [“salir a bailar”, “bailar”... es el final de la fábula de Lafontaine: “¿conque cantabas? Pues ponte entonces a bailar ahora...” “así como entonces cantabas, baila ahora...”]
Esperemos que, en el transcurso de esta crisis, las hormigas den al relato otro final distinto de esa parodia de justicia y de equidad. ¿No podría ocurrírseles prescindir de las cigarras? Después de todo, ¡son las cigarras las que tienen que ponerse a bailar, no las hormigas!
2. ¿Crisis puramente financiera o sistémica?
Pero entonces ¿quiénes son estas cigarras contemporáneas? ¿son sólo banqueros o financieros? ¿o deberían ser incluidos también la mayoría de quienes han dirigido y controlado las grandes compañías del mundo? ¿quiénes son los que han sumido a la población mundial en la miseria?
Ese es el propósito de esta obra: la recesión comenzada a partir de los créditos subprime, esos préstamos hipotecarios concedidos a hogares que manifiestamente no tenían los medios para devolver ni para pagar los intereses, ¿es de naturaleza exclusivamente financiera o se inscribe en un marco más amplio, el del sistema capitalista en su conjunto? Interrogante eminentemente político, pues de la respuesta a esta pregunta dependerán las soluciones que se habrán que aplicar: una simple regulación de los mercados financieros, un código de buena conducta para los especuladores, una mayor vigilancia a los bancos, o directamente la salida del sistema.
Para no tener que responder a esta pregunta, los responsables de las grandes instituciones de este mundo insisten en que lo que se pone en entredicho no es la economía de mercado ni el capitalismo, sino derivados financieros no controlados [formes dérivées de la financiarisation non contrôlée] o, desde una perspectiva más amplia, el neoliberalismo, reducido éste a las políticas adoptadas a comienzos de los años ochenta, que consistían básicamente en la desregulación y la liberalización de los mercados financieros. El texto final de la cumbre del G20[4] celebrada en Londres el 2 de abril 2009, no deja ninguna duda sobre esta interpretación: “Las causas fundamentales de la crisis son las graves deficiencias que se produjeron en el sector financiero y en la regulación y el control financiero. La confianza no se recuperará hasta que no hayamos reconstruido la confianza en nuestro sistema financiero[5]” . El presidente francés, Nicolas Sarkozy, añade: “Ahora se reconoce oficialmente que la insuficiencia regulatoria está en el origen de la crisis financiera, crisis financiera que a su vez es en el origen de la crisis de la economía[6]”
Dicho de otro modo: la recesión es esencialmente financiera, provocada por compañías que se aprovecharon de algunos agujeros negros en la regulación para poner en marcha ambiciosos proyectos que resultaron ser desproporcionados y devastadores. La economía “real” o productiva se encuentra atrapada. Pero en lo esencial está saneada y casi sin defectos, según la interpretación que domina el discurso de los responsables de los estados occidentales y los medios de comunicación. No quieren que la reflexión ponga en tela de juicio ese estupendo capitalismo que, según aseguran, es insuperable.
De acuerdo con las interpretaciones tradicionales, el mecanismo de la crisis como una espiral. El círculo virtuoso del desarrollo del mundo financiero, que había impulsado el crecimiento en los últimos años, se ha rotado, convirtiendo todas sus ventajas en otros tantos inconvenientes que se acumulan progresivamente. Una avalancha de acontecimientos desafortunados que, por supuesto, los “grandes” economistas no vieron venir. Como escribe Marc Touati, coyunturista y director general de Global Equities, una empresa de servicios financieros internacionales: “Al igual que un accidente nuclear, que sólo se puede producir por un encadenamiento de varias circunstancias y/o errores poco afortunados, la llamada crisis de las subprime, que incluso ha puesto en peligro el funcionamiento mismo del sistema capitalista mundial, es el producto de una sucesión de errores humanos y del concurso de circunstancias catastróficas[7]”.
El sistema en sí no puede ponerse en entredicho. Como les gusta repetir a los dirigentes políticos y económicos: el capitalismo es el peor de los sistemas, si excluimos a todos los demás[8].
Esta explicación nos sabe a poco. Para empezar, desde un punto de vista científico y metodológico, ¿qué valor pueden tener argumentos fundados en epifenómenos? Es como si explicásemos la ebullición del agua como el recorrido azaroso y acelerado de átomos de oxígeno e hidrógeno que se transforman súbitamente, por un cúmulo de circunstancias, en gas. Este tipo de explicación, que nos retrotraería doscientos años en la comprensión de la realidad natural ¿por qué deberíamos aceptarla en economía?
Por otra parte, ¿cómo se puede explicar que un sector tan limitado como el crédito subprime haya podido gangrenar todo el funcionamiento de los mercados financieros y de la economía “real” hasta el punto de provocar lo que hoy todo el mundo considera el mayor crac desde 1929? Dependiendo de los autores y los centros de investigación, se estima que los créditos subprime ascienden a un total de entre uno y dos billones de dólares, lo cual supone aproximadamente sólo el 10% del total de las deudas hipotecarias en Estados Unidos, el 2% o 3% del PIB mundial y entre el 0,2 y 0,4% del total de activos financieros (títulos, cuentas bancarias, créditos...)
Es difícil establecer cifras exactas sobre los gastos consagrados por los Estados con el objetivo de contener la actual hemorragia, tanto más cuanto que cambian constantemente e implican a diversos tipos de acciones. Pero no es exagerado afirmar que las ayudas para estabilizar a las compañías financieras (crédito recuperable si mejora su situación) asciende al menos a 3,5 billones de dólares en y se han invertido más de 2 billones de dólares en forma de planes de reactivación (gastos básicamente irrecuperables, ya que se inyectan directamente en la economía). Sin garantía de éxito. ¿No habría sido más eficaz y deseable asignar ese dinero directamente a las víctimas de los créditos subprime y que el estado se hiciese cargo de su importe?
Para explicar que no ha habido nada de eso, la explicación de la crisis como una simple sucesión de eventos recurre a obcecaciones ideológicas, al papel de los lobbies que perturbaron la intervención pública. Y sin embargo, los ultraliberales son precisamente quienes, a pese a su fe en el mercado autorregulado, intervinieron para acudir en ayuda de un mundo bancario en peligro, e incluso recurrieron a la nacionalización parcial de los activos. Del mismo modo, si el mundo de las finanzas puede ir a la deriva mientras la economía “real” está saneada, ¿por qué no soltar las amarras en los sectores podridos? En caso de necesidad, ¿por qué no poner en marcha un sector financiero nuevo, eventualmente público, que pueda conceder los créditos necesarios a las empresas industriales y comerciales?
Creemos que hay que tener en cuenta otros factores para explicar la amplitud de la recesión actual. Sobre todo cuando otro elemento nos lleva a buscar causas más estructurales y profundas: las crisis precedentes desde 1945 también fueron producto de circunstancias peculiares y desafortunadas, ¿por qué precisamente ésta ha desembocado en un crac de semejantes dimensiones?
La tesis que desarrollaremos en esta obra es que la crisis actual responde a problemas más amplios y más agudos que los que se aducen tradicionalmente. Si hay disfunciones en los mercados financieros y derivas especulativas incontestables, los daños que provocan sólo pueden explicarse como una degradación de la economía productiva. En realidad, se enmarcan en un capitalismo “real” que cae en picado por sí solo, y por eso la recesión actual es tan devastadora.
De hecho, la inestabilidad actual es el resultado de una crisis de sobreproducción surgida en los años setenta al estilo más clásico, tal y como la describió en su época Karl Marx, que se ha prolongado desde entonces mediante episodios de recuperación temporal debidos a políticas de crédito y de financiarización[9] de la economía llevadas a cabo antetodo por la clase dominante americana. Hoy parece que estamos en el declive de las posibilidades que tienen estas medidas. De ahí el carácter inquietante de la actual recesión. Una crisis de treinta años que podría ser tan devastadora o tener consecuencias tan dramáticas como la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) cuyo balance se eleva entre cinco y once millones de muertos, es decir, del 15 al 30% de la población de los estados alemanes, en los que tuvo lugar el conflicto[10]. Y la cuestión esencial es saber quién va a bailar durante este largo y riguroso invierno, ¿las hormigas o las cigarras?
3. El mapa de la crisis
Partiremos de las subprime, de su origen y su desarrollo hasta la explosión de estos préstamos a partir de 2007, y veremos luego los efectos desastrosos que acarreó, como la quiebra de Lehman Brothers y la caída de la economía mundial en la recesión. Este será el contenido del primer capítulo. La ocasión de recalcar el carácter poco social del capitalismo, pero también de preguntarse por las motivaciones de quienes elaboraron esos mecanismos abocados al fracaso. Y una cuestión ya parcialmente abordada en esta introducción: el desarrollo de estos fenómenos ¿puede por sí solo explicar la amplitud de la crisis actual?
Como nuestra respuesta es negativa, nos vemos obligados a buscar otros elementos que permitan entender la situación actual. Para ello creemos que hay que remontarse a los años 1970 y a los inicios de los desajustes que se constatan hoy día: tensiones monetarias, el descenso de la tasa de beneficio, la cuadruplicación de los precios del petróleo, que provocó la primera gran caída del PIB a escala mundial desde 1945, pero sobre todo los comienzos de la superproducción, que se manifiestan como un considerable incremento en las capacidades de producción, sobre todo en sectores como la metalurgia. Estos asuntos los abordaremos en el capítulo 2.
Después veremos cómo va a reaccionar la burguesía americana, muy afectada por una recesión que está mermando sus beneficios y su patrimonio, y que, además, está viendo su hegemonía disputada por los países del tercer mundo y por las luchas sociales. Su programa determinará el futuro del planeta durante los próximos treinta años. En la cuarta sección examinaremos las grandes decisiones económicas que ha tomado, como la subida de los tipos de interés de finales de 1979, la reforma fiscal en favor de las grandes fortunas y los cambios que hicieron primar los aspectos financieros dentro de la empresa y en lo relativo a la desregulación.
En el siguiente apartado, analizaremos los efectos estructurales de estas medidas, a saber, el desarrollo de las desigualdades en función de los ingresos y del patrimonio, el avance del consumo privado impulsado por un endeudamiento creciente de los hogares, la aparición de una nueva forma de capital financiero, más ávido de rentabilidad y de acumulación que la precedente, y en último lugar el desequilibrio de las cuentas exteriores americanas, que conoce importaciones masivas no sólo de mercancías sino también de capitales.
Estas políticas no sólo favorecen a la clase acomodada del otro lado del Atlántico, sino que también condicionan al resto del planeta, puesto que los demás países se ven obligados a responder de una manera u otra a estos estímulos. Por ejemplo, la subida de los tipos de interés sobre el dólar, que atrae capitales hacia América, obliga a los otros estados a proceder de igual modo. Esto da al traste con todas las políticas keynesianas de progresión relativamente paralela entre salarios, producción y productividad[11], o de desarrollo de un sector público que compense las debilidades del privado. A partir de ahora la palabra clave es competitividad: las empresas tienen que reducir todos sus gastos (entre los que se incluyen los salarios) para vender en el extranjero, especialmente en Estados Unidos, donde el consumo privado sube más rápidamente que en otros lugares. Estas consecuencias internacionales serán abordadas en el capítulo 5.
Como hemos recalcado, la estructura de la economía capitalista está bien lejos de ser estable. Se basa en desequilibrios importantes -que hace todavía más ridícula la afirmación de que la economía real está básicamente saneada- como el de las cuentas exteriores americanas, el desarrollo de los países a ritmos diferentes, la captación del ahorro mundial en beneficio de Estados Unidos, así como un endeudamiento privado que no deja de crecer. En el transcurso de estos últimos treinta años se han vivido recesiones en numerosas ocasiones. El FMI cuenta 113 en 17 países, 43 crisis bancarias, 50 inestabilidades bursátiles, 20 problemas relacionados con los tipos de cambio[12]. No abordaremos todas en este sexto apartado, pero demostraremos que hay una cierta lógica en el desarrollo de estos acontecimientos: un crecimiento que no consigue retomar el ritmo que llevaba en los años 60 y que está siendo impulsado momentáneamente por mecanismos ad hoc hasta que estos se agoten.
Es el momento entonces de esbozar una explicación de las crisis en general, y de la crisis que vivimos actualmente en particular. Se trata, en nuestra opinión, de una crisis de superproducción, es decir, un exceso de la capacidad de producción con respecto a lo que la gente puede adquirir. Además se trata de una crisis prolongada, ya que Estados Unidos ha desarrollado exageradamente el crédito con el fin de suministrar ingresos extra (que no obstante habrá que reembolsar tarde o temprano) para permitir el consumo de ese excedente. Y el día del juicio final de las grandes finanzas, el del ajuste de cuentas, está cada vez más próximo.
En este sentido, la sombra de 1929 planea sobre la economía mundial. Por eso le hemos dedicado un capítulo, el octavo. Se podrá comprobar que los mecanismos puestos en marcha en aquella época son bastante parecidos a los que advertimos actualmente. Ciertamente el desarrollo de los acontecimientos es distinto, pero, al igual que en aquella época, hay superproducción. En esa ocasión los “grandes” economistas tampoco se anticiparon. Se organizaron excesos financieros y la recesión se convirtió en un crac de dimensiones desconocidas hasta entonces[13]. A comienzos de 1932 la cuarta parte de los trabajadores americanos estaba en paro y desprovistos de los actuales sistemas de seguridad social. Algunos morían de hambre. La crisis dio lugar a tensiones internacionales, fascismo, guerras y, finalmente, al reforzamiento del campo socialista que caracterizó al mundo entre 1945 y 1980. Fue en aquella ocasión cuando los dirigentes de los países capitalistas avanzados establecieron instituciones de regulación y mecanismos de solidaridad, no sólo para evitar los excesos de los años 20 y 30, sino para impedir que los comunistas pudieran encontrar en la miseria inherente al capitalismo razones para combatirlo y presentar favorablemente al socialismo.
Actualmente nos encontramos en una situación no muy diferente de la de 1929. Las tensiones monetarias son cada vez más fuertes. Ponen en tela de juicio la hegemonía del dólar, indiscutida desde 1945, aunque sometida a los desequilibrios estructurales de las cuentas exteriores de Estados Unidos. Con estas tensiones se barruntan conflictos potenciales entre naciones. Algunas, como la Unión Europea, que aspiran a la supremacía internacional, y otras, como los estados del Tercer Mundo, que ante todo quieren estaren buena posición en la parrilla de salida para poder desarrollarse. No estamos en vísperas de una nueva guerra mundial, pero advertimos que el gasto militar crece de nuevo en todas partes. Washington, que supone casi la mitad de este presupuesto a escala mundial, no ve con buenos ojos la emergencia de países susceptibles de cuestionar su supremacía. Puesto en apuros por la crisis actual, podría utilizar el arma política para compensar un declive económico que parece inevitable. Y, como escribió Carl von Clausewitz, el famoso estratega prusiano de comienzos del siglo XIX: “la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios”. Este noveno apartado dejará inevitablemente un regusto a inacabado, ya que trata de explicar fenómenos que aún en este momento se siguen desarrollando ante nuestros ojos.
En este sentido, hemos añadido un décimo capítulo acerca del desarrollo más reciente de la actual crisis: los problemas relacionados con el euro. Los mecanismos iniciales para la introducción de la moneda única, la nueva estrategia alemana privilegiando la competencia a ultranza y el “sálvese quien pueda”, las desigualdades regionales y sociales no subsanadas, son todos ellos elementos que avivan las contradicciones en el seno de la Unión Europea. Hasta el punto que algunos se preguntan si podrá resistir a semejantes presiones.
Para terminar, el capítulo 11 examinará más en profundidad las diferencias que existen entre una enfoque que se centra exclusivamente en los aspectos financieros de la recesión y otra con un enfoque más global. El punto de vista elegido está sin duda íntimamente relacionado con las soluciones que propongamos. Separar artificialmente los aspectos financieros del resto de la economía es una técnica probada de la socialdemocracia (la que vemos a la cabeza de los partidos socialistas europeos) para justificar una política compatible con el capitalismo, y a la vez más social y humana. Este punto de vista nos parece una trampa. Creemos que el único futuro digno para la humanidad será un cambio de sistema.
Esa es también la conclusión de esta obra. La crisis es la manifestación de deficiencias graves del capitalismo, la prueba de que, lejos de ser el mejor de los sistemas, no sólo es poco social, sino que conduce a ineficiencias profundas, de las cuales es reflejo la congelación de la acumulación y del crecimiento (independientemente de lo que entendamos por crecimiento y de la crítica que se pueda dirigir hacia la sociedad de consumo que engendra ese crecimiento). Hoy en día está bien visto renegar de la idea de evolución en la historia de la humanidad. Sin embargo las ineficiencias del capitalismo son un obstáculo para la difusión del progreso a la inmensa mayoría del planeta, que sigue privada de muchos bienes indispensables; y también para el desarrollo técnico futuro, imprescindible para comprender mejor los fenómenos naturales y utilizarlos a la hora de asegurar la supervivencia de la especie humana. El mundo del mañana tiene que ser de las hormigas.
[1] Capgemini & Merrill Lynch, World Wealth Report 2011, p. 4 (http://www.ml.com/media/114235.
pdf)
[2] Forbes, « The World’s Billionaires 2011 », marzo 2011 (http://www.forbes.com/wealth/billionaires/
list). Schwarzman figura como la 169ª fortuna del planeta.
[3] Hakim Ben Hammouda, Hédi Bchir et Mustapha Sadni Jallab, La crise : Origines et perspectives,
Ellipses Marketing, Paris, 2009, p. 30.
[4] El G20 es un grupo informal de veinte países, considerados los más poderosos del planeta, que se reúnen desde 1999 con ocasión de las grandes crisis internacionales. Se trata de una ampliación del grupo G8 (que se reúne desde 1975). El G20 está compuesto por los miembros del G8: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia. Los estados suplementarios son la República de Sudáfrica, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México y Turquía. La Unión Europea, representada por el presidente del Consejo y el del Banco Central, constituye el vigésimo miembro.
[5] 20, « The Global Plan for Recovery and Reform », 2 avril 2009, p. 3, point 13 (http://www.g20. org/Documents/g20_communique_020409.pdf).
[6] L’Écho, 2 de abril de 2009
[7] Marc Touati, Krach, Boom... et demain? Pour enfin comprendre la crise et l’économie mondiale,
Dunod, Paris, 2009, pgs. 42-43
[8] Recordemos que Winston Churchill no utilizó el término de capitalismo, sino el de democracia, lo que es algo completamente distinto. Además, citar a Churchill puede impresionar a quienes no conozcan la historia, pero quien fue Primer Ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, presidente del partido conservador de 1940 a 1955 (el mismo de Margaret Thatcher), siempre estuvo del lado de los poderosos y de los colonialistas ingleses.
[9] La financiarización de la economía corresponde al lugar cada vez más grande reservado en la economía a los mercados y a los actores financieros.
[10]Selected Death Tolls for Wars, Massacres and Atrocities Before the Twentieth Century(http://
necrometrics.com/pre1700a.htm#30YrW)
[11]Estas políticas no eran automáticas ni sistemáticas. Fue necesario llevar a cabo luchas sociales para verlas aplicadas.
[12]FMI, Perspectives de l’économie mondiale, octobre 2008, p. 148 (http://www.imf.org/external/french/pubs/ft/weo/2008/02/pdf/textf.pdf).
[13]En 1987 la Bolsa de Wall Street cayó más en un solo día. No obstante el impacto global fue menos importante.