Una cuarta parte de la población mundial sufre de hambre o tiene una escasez crónica de vitaminas y minerales esenciales. Sin embargo, es increíblemente ridículo el dinero que podría erradicar el hambre, pero la omnipotencia de la agroindustria debe romperse.
Marc Vandepitte
Dependiendo de la definición, hay entre 842 millones y 1.300 millones de personas pasan hambre en el mundo.1 Además, más de un 2.000 millones de personas presentan escasez crónica de vitaminas y minerales (micronutrientes) esenciales, algo conocido como “el hambre oculto”. Por último, nuestro planeta tiene otros 1.500 millones de personas con sobrepeso (obesidad). La mitad del mundo, por tanto, o come poco, o malsano o mucho.
Desde los años noventa, el número de personas que padecen hambre se redujo en un 17%. La crisis financiera global no ha puesto fin a esta disminución. Desde el año 2007 se produjo un descenso del 9%. Lo que sucede en todas partes excepto en África y en los países ricos, donde hay respectivamente 10 millones (5%) y 2.000.000 (15%) personas más con hambre.2
El país con el mayor número de personas que padecen hambre es la India: 213 millones. El continente africano tiene el índice más alto: 25%. Burundi tiene el récord con un 67%. Es de suponer que los porcentajes en el Congo y Sudán del Sur son aún mayores, pero esos países no están incluidas en las cifras.3 El país en desarrollo con el menor porcentaje de personas desnutridas es Kazajstán (0,5%), estrechamente seguido por Cuba (0, 6%). 4
Esta hambre y la desnutrición son un verdadero escándalo. El mundo es capaz de producir comida para abastecer a 12.000 millones de personas.5 En la actualidad, más de un tercio de toda la comida se desperdicia. Además, un tercio de los cultivos se utilizan para la alimentación animal.
Según la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, para erradicar el hambre en el mundo se necesitan 30.000 millones de dólares.6 Eso es una miseria. Es un 0,004% de la facturación de los mercados de derivados7, el 0,6% de la facturación de la industria alimentaria, una décima parte de lo que consumimos en Europa y EE.UU. en refrescos,8 y una séptima parte de lo que los países ricos al año dan en subsidios a sus agricultores.
Hay que remarcar que estas subvenciones aumentan el hambre, porque se envía la comida al mercado mundial a precios de dumping. Estos incentivos Los agricultores del Sur no pueden competir y por lo tanto van a la quiebra.
Es más absurdo aun cuando se sabe que dicha inversión anual se traduciría en un aumento en el producto bruto mundial anual de 120.000 millones de dólares.9 La razón es que las personas involucradas tendrían vidas más largas y saludables y por lo tanto podrían producir más. Ni siquiera hemos mencionado a los 7.5 millones de vidas que podrían salvarse anualmente. Sin embargo, nuestro sistema mundial es capaz de ver la obvia inversión necesaria y hacerlo.
El setenta por ciento de todos los alimentos están producidos por 500 millones de pequeños agricultores. Pero la industria de alimentos y bebidas (el procesamiento, la comercialización y las ventas) está controlada en gran medida por un puñado de monopolios. La industria alimentaria representa la asombrosa crifra de 4.000 millones de dólares. Dos empresas acaparan el 75% del mercado de refrescos. Tres empresas controlan el 42% de la venta de café. Cuatro empresas poseen el 33% del mercado de las semillas, el 60% de los agroquímicos y el 38% de la biotecnología, más de la mitad del chocolate y el 60% de la cerveza. Y así sucesivamente.10
Estas mega-empresas especulan, a menudo a expensas de los pequeños agricultores o productores del Sur. Los recolectores de café obtienen del 7 al 10% del precio del café que se venden en los supermercados, el 33% va a manos de los distribuidores. Cuando los recolectores de plátanos es del 5 a 10%. Los productores de cacao, sólo se quedan con el 3,5 y el 6% de las ventas de chocolate. En los años ochenta era un 18%.
La huella ecológica de la agricultura y la comida es increíble, son responsables de casi un tercio del las emisiones de gases de efecto invernadero. La carne es el principal culpable. Por ejemplo la carne de buey causa 20 veces más CO2 que el trigo y consume 12 veces más agua y cinco veces más superficie de tierra.11
También en este caso hay una enorme brecha entre el Norte y el Sur. El consumo de carne promedio anual a nivel mundial es de 39 kg por persona. Sin embargo, un luxemburgués consume anualmente 3,5 veces más carne, es decir, 137 kg. Le siguen los ciudadanos de los EE.UU., con 125 kg. Un europeo consume 82 kg, alguien de América del Sur 72 kg, 54 kg los chinos, en el sudeste asiático 26 kg, 17 kg en África y en la India 3,2 kg.11
Original: Dewereldmorgen
Traducción: Asociación Cultural Jaime Lago
Notas
1. La FAO utiliza una menos estricta y una definición más rigurosa. La primera cifra da 842 millones, la segunda 1.300 millones. También está el índice de hambre, que tiene en cuenta la desnutrición, los niños con bajo peso y la mortalidad infantil. Esa cifra es de 980 millones. http://www.fao.org/docrep/018/i3434e/i3434e.pdf, p. 11.
4.http://www.ifpri.org/sites/default/files/publications/ghi13.pdf, p. 51. Si la puntuación de un país es inferior al 2,5%, el país es etiquetado como libre de hambre. La malnutrición suele ser causa de enfermedades incurables o agudas.
5.
7. Un derivado, es un término general para denominar la comercialización de productos cuyo precio se basa en una inversión subyacente diferente. Se utiliza instrumentos financieros derivados para reducir los riesgos, para especular. Los principales tipos de derivados son opciones, futuros, swaps y contratos a plazo. Cfr. Vandepitte M. Y C. Callewaert, Attac%% contra la dictadura del capital, Flandes Attac, 2000, p. 39-40; http://nl.wikipedia.org/wiki/Financiële_derivaten.
8. Cálculo basado en ftp://ftp.fao.org/docrep/fao/007/y5650e/y5650e00.pdf, p. 5.
9. http://unctad.org/en/docs/osgdp20111_en.pdf, p. 29, P. Nolan, "es China compra el mundo?", Cambridge, 2012, p.
10. 31.
11. http://www.scribd.com/doc/91840616/Meat-Consumption-Per-Person, The Economist, Junio 8, 2012, p. 59.